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Una cosa es cierta: la humildad de la fe, si va seguida de las debidas consecuencias -la aceptación del trabajo y el sacrificio que exige nuestra tarea providencial-, hará mucho más por lanzarnos de lleno a la corriente de la realidad histórica que las pomposas racionalizaciones de los políticos que se creen de algún modo directores y manipuladores de la historia.