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Como en todos los países europeos entre 1870 y 1914 había un partido de guerra que exigía armamento, un partido individualista que exigía una competencia despiadada, un partido imperialista que exigía mano libre sobre los pueblos atrasados, un partido socialista que exigía la conquista del poder y un partido racialista que exigía purgas internas contra los extranjeros, todos ellos, cuando fracasaban las apelaciones a la codicia y a la gloria, invocaban a Spencer y a Darwin, es decir, a la ciencia encarnada.