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No soy un gran corresponsal. Mis cartas no sólo carecen de interés, sino que son escasas. Me alegro de no tener que escribir para ganarme la vida. Es un trabajo arduo y el dinero es muy incierto. En las raras ocasiones en que entro en una librería, me sorprende ver la avalancha de literatura y semiliteratura que se publica semanalmente en este país. La gente que escribe estas cosas está desesperada por dinero o por amor. ¿Por qué habría alguien de encerrarse en una oficina y escribir a máquina durante horas en un día soleado? Creo que uno de los mayores placeres del mundo es no escribir.