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Por todas partes se oyen quejas de nuestros ciudadanos más considerados y virtuosos, igualmente amigos de la fe pública y privada, y de la libertad pública y personal, de que nuestros gobiernos son demasiado inestables, de que el bien público se desatiende en los conflictos de los partidos rivales, y de que las medidas se deciden con demasiada frecuencia, no según las reglas de la justicia y los derechos del partido menor, sino por la fuerza superior de una mayoría interesada y prepotente.