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Mi padrastro, John O'Hara, era el hombre más bueno que había. No era un hombre de muchas palabras, sino de palabras cuidadosamente elegidas. Fue el único padre que no intentó arreglarme. Una noche me senté en su regazo, en su silla junto a la estufa de leña, sollozando. Me abrazó en silencio y sólo me preguntó: "¿Qué se siente?". Fue la primera vez que me incitó a articularlo. Me lo pensé y le dije: "Siento nostalgia". Esa sigue siendo la descripción más acertada: sentía nostalgia, pero estaba en casa.