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  • Ciertos milagros que allí contemplé han rondado mi memoria desde entonces: una mañana gris de abril de siroco, cuando las flores de almendro, los tulipanes llameantes, el verde joven de las vides, colgaban como pintados en el aire inmóvil; una noche de verano cuando las rosas tenían una palidez sobrenatural bajo una luna medio carcomida, cuya fantasmagoría era de alguna manera una con su perfume y con la fosforescencia del rocío que inclinaba sus pétalos; un día cuando los árboles estaban en parte sumergidos en la niebla, en la que las hojas caían lentamente, lentamente, una tras otra, y se hundían hasta perderse de vista.