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De adolescente, no tenía ni idea de lo que era el yo. Cambiar de piel como un camaleón era algo natural para mí, pero el yo me parecía una silla de plástico en un aeropuerto en la que tenía que sentarme y esperar a que el siguiente personaje radical definiera quién sería yo esa temporada. La interpretación me agarró por las tripas.