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¿Qué nos lleva a la perfección? Una fe arraigada en Dios, la "fe que hace realidad lo que esperamos" (Heb 11,1), la fe por la que Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que Caín y fue alabado como justo (cf. Heb 11,4). Es esa fe la que llena a los asiduos a la búsqueda de la verdad de una gran aspiración por los dones excelsos de Dios, y los conduce al conocimiento espiritual de los seres creados; y derrama en sus corazones los tesoros inagotables del Espíritu.