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En nuestros decretos se proclama categóricamente que la religión es una cuestión privada; pero mientras que los oportunistas tendían a ver en estas palabras el significado de que el Estado adoptaría la política de brazos cruzados, el revolucionario marxiano reconoce el deber del Estado de dirigir la lucha más resuelta contra la religión mediante influencias ideológicas sobre las masas proletarias.