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Sin embargo, a mediados de los 80, a los programadores de la televisión estonia se les ocurrió una ingeniosa idea: pidieron millones de rublos a Moscú para hacer propaganda en Estonia y luchar contra la popularidad de los programas finlandeses. Recibieron millones del gobierno, ¡pero lo que hicieron no era propaganda en absoluto! Simplemente hicieron programas buenos y entretenidos; nadie en Estonia los reconoció como propaganda, sólo Rusia pensó que lo eran, así que se salieron con la suya. Por supuesto, Rusia ofrecía sus propios programas de propaganda, pero los estonios sabían que debían evitarlos.