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No creo que pueda repetirse con demasiada frecuencia que las libertades de expresión, prensa, petición y reunión garantizadas por la Primera Enmienda deben concederse a las ideas que odiamos o, tarde o temprano, se negarán a las ideas que apreciamos. La primera prohibición de una asociación porque defiende ideas odiadas -se llame esa asociación partido político o no- marca un momento fatídico en la historia de un país libre.