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La idea de criar miles de millones de animales sensibles, tratarlos horriblemente, contaminar nuestros cursos de agua con sus desechos, comprometer la eficacia de nuestros antibióticos para que crezcan más rápido y luego sacrificarlos sin tener en cuenta su sufrimiento para poder alimentarnos de sus cadáveres, le parecerá a la mayoría de la gente impensablemente cruel y bárbara, algo así como lo que pensamos de los castigos medievales o lo que los europeos piensan hoy de la pena de muerte.