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Recuerdo que le dije a una joven activista que era hija de un trabajador indocumentado y, por tanto, podía hablar desde una perspectiva muy personal y legítima: Estoy de acuerdo contigo, desde una perspectiva moral, en que un niño de Honduras vale lo mismo que mi hija. Dios no respeta fronteras; no está diciendo que los niños estadounidenses merezcan una vida mejor que los niños hondureños. Pero soy el presidente de Estados Unidos, y el Estado-nación por definición significa que los límites significan algo y las fronteras significan algo.