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Crecí en la época en la que los casetes menguaban y los CD crecían. Así que las cintas mezcladas -y no los CD mezclados- eran una parte importante de los rituales de amistad y apareamiento de los adolescentes neoyorquinos. Si eras una chica y yo te quería, para demostrarte que me gustabas, te grababa una cinta de 90 minutos en la que hacía gala de mis gustos. Te pondría una canción de teatro musical junto a otra de hip-hop, junto a otra antigua, junto a alguna canción pop que quizá nunca hayas oído, diciéndote también subliminalmente lo mucho que me gustas con todas esas canciones.