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Otro tipo de placer afloró después, el placer de ver caer las torres una y otra vez, la experiencia de quedarse embelesado por el espectáculo visual, y luego también las formas muy gráficas de duelo público por ciudadanos ejemplares (que tuvo lugar al mismo tiempo que la negativa a llorar las vidas de los indocumentados, los extranjeros, los gays y las lesbianas que allí se perdieron, por ejemplo). No estoy seguro de que la culpa por el placer haya reinstalado al buen ciudadano.