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Fuera de casa y por mi cuenta, me enfrenté al hecho de que no me gustaba mucho quién era. No me gustaba mi prejuicio, no me gustaba mi absolutismo. No me gustaba mi represión de la empatía natural, mi falta de generosidad emocional. Mi forma de pensar políticamente tenía menos que ver con lo que estaba mal en el mundo y más con lo que estaba mal en mí, con mis miedos e inseguridades, fallos, debilidades.