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[Bernard Leach] era un dibujante increíble, y al final del desayuno, por ejemplo, echaba su plato hacia atrás, sacaba un trozo de papel del bolsillo y un pequeño lápiz, y empezaba a hacer pequeños dibujos, de una pulgada y media, dos pulgadas de alto, de ollas que quería hacer. Y eran unos dibujos preciosos. Ojalá hubiera robado algunos de esos trozos de papel, porque eran exquisitas exploraciones de sus ideas sobre la forma y el volumen en una pieza de cerámica.