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Si la sociedad estadounidense quiere invertir en sus jóvenes, tiene la obligación de proporcionarles una educación en la que se les planteen retos, puedan aprender a asumir riesgos, pensar más allá de los límites de las ideologías establecidas y ampliar los límites de su creatividad y su juicio crítico. Esto exige una pedagogía complicada, exigente y disruptiva.