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Creo que siempre sentiré un poco de admiración cuando vea a alguien de 20 o 30 años con un violonchelo o un violín, porque sé que, si lo hacen profesionalmente, han pasado muchos años de práctica para poder hacer música con ellos. Y los sonidos que son capaces de producir me golpean con fuerza y me parecen de una complejidad ilimitada.