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Cuando estaba escribiendo mi primera novela, un amigo me dijo que debía solicitar una subvención del gobierno que se ofrecía para apoyar a artistas hambrientos. No sabes cuánto me ofendió. Le dije en un lenguaje muy claro que me parecía ridículo pensar que otros estadounidenses debían pagar para que yo persiguiera mi sueño. Cualquiera que entienda el orgullo y la autodeterminación lo entiende. Así que trabajaba de camarera por la noche, escribía durante el día y me pagaba mi propio seguro. No esperaba que nadie lo pagara por mí.