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Normalmente, si el legado de alguien va a durar más que su vida, queda patente cuando muere. El día en que Alejandro Magno, o César Augusto, o Napoleón, o Socrates, o Muhammad murieron, sus reputaciones eran inmensas. Cuando Jesús murió, su pequeño y fracasado movimiento parecía haber llegado claramente a su fin.