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El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay un desfase entre los objetivos reales y los declarados, se recurre, por así decirlo, instintivamente a palabras largas y modismos agotados, como una sepia que echa tinta.
El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay un desfase entre los objetivos reales y los declarados, se recurre, por así decirlo, instintivamente a palabras largas y modismos agotados, como una sepia que echa tinta.