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La última vez que vi a Ted Kennedy fue una generación después de mi primer encuentro, en el subterráneo del Senado, bajo el Capitolio, el día de la toma de posesión de Obama. Era el mismo gregario y amable de siempre, con una sonrisa radiante y una voz atronadora que nos deseaba buena suerte a mi marido y a mí con nuestro embarazo y expresaba su entusiasmo por el nuevo presidente.