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No nos corresponde ser jueces y jurados, determinar quién merece nuestra amabilidad y quién no. Sólo tenemos que ser amables, incondicionalmente y sin segundas intenciones, incluso -o mejor dicho, especialmente- cuando preferiríamos no serlo.
No nos corresponde ser jueces y jurados, determinar quién merece nuestra amabilidad y quién no. Sólo tenemos que ser amables, incondicionalmente y sin segundas intenciones, incluso -o mejor dicho, especialmente- cuando preferiríamos no serlo.