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  • Los ministros no deben orar en voz tan alta y durante tanto tiempo que agoten sus fuerzas. No es necesario fatigar la garganta y los pulmones en la oración. El oído de Dios está siempre abierto para escuchar las súplicas de corazón de sus humildes siervos, y no requiere que desgasten los órganos de la palabra al dirigirse a él.