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Pero nacimos de simios resucitados, no de ángeles caídos, y además los simios eran asesinos armados. ¿Y de qué nos asombraremos? ¿De nuestros asesinatos y masacres y misiles, y de nuestros regimientos irreconciliables? O de nuestros tratados, valgan lo que valgan; de nuestras sinfonías, por pocas veces que se toquen; de nuestras pacíficas hectáreas, por muchas veces que se conviertan en campos de batalla; de nuestros sueños, por pocas veces que se cumplan. El milagro del hombre no es lo mucho que se ha hundido, sino lo magníficamente que se ha elevado. Entre las estrellas se nos conoce por nuestros poemas, no por nuestros cadáveres.