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Cuando llegaron los cortos días del invierno, el crepúsculo cayó antes de que hubiéramos cenado bien. Cuando nos encontramos en la calle, las casas se habían vuelto sombrías. El espacio de cielo sobre nosotros era del color violeta siempre cambiante y hacia él las lámparas de la calle levantaban sus débiles faroles. El aire frío nos picaba y jugábamos hasta que nuestros cuerpos brillaban. Nuestros gritos resonaban en la silenciosa calle.