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  • Llena de éxtasis, su alma anhelaba la libertad, el espacio, la inmensidad. Sobre él, la bóveda celeste, llena de estrellas silenciosas y brillantes, colgaba sin límites. Desde el cenit hasta el horizonte, la Vía Láctea, aún tenue, extendía su doble filamento. La noche, fresca y tranquila, casi sin agitación, envolvía la tierra. Las torres blancas y las cúpulas doradas de la iglesia brillaban en el cielo zafiro. El frondoso otoño dormía hasta la mañana. El silencio de la tierra parecía fundirse con el silencio de los cielos y el misterio de la tierra tocaba el misterio de las estrellas.

    Fyodor Dostoevsky (2002). “The Brothers Karamazov: A Novel in Four Parts With Epilogue”, p.362, Macmillan