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  • amar la vida, amarla incluso cuando no tienes estómago para ella y todo lo que has querido se desmorona como papel quemado en tus manos, con la garganta llena de su cieno. Cuando la pena se sienta contigo, su calor tropical espesa el aire, pesada como el agua, más apta para las branquias que para los pulmones; cuando la pena te pesa como tu propia carne, sólo que más de ella, una obesidad de pena, piensas: "¿Cómo puede un cuerpo soportar esto? Entonces sostienes la vida como un rostro entre tus palmas, un rostro sencillo, sin sonrisa encantadora, sin ojos violetas, y dices, sí, te tomaré te amaré, otra vez.