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No, no, la mente que amo debe seguir teniendo lugares salvajes: un huerto enmarañado donde los ciruelos oscuros caen sobre la hierba espesa, un bosquecillo cubierto de maleza, la posibilidad de ver una o dos serpientes (serpientes de verdad), un estanque cuya profundidad nadie ha descifrado y senderos enhebrados con esas florecillas plantadas por el viento.