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Cualquiera que sea demasiado indisciplinado, demasiado santurrón o demasiado egocéntrico para vivir en el mundo tal como es, tiende a idealizar un mundo que debería ser. Pero sea cual sea el rumbo político o religioso que elijan estos idealistas, sus visiones siempre comparten una característica reveladora: en sus utopías, cielos o nuevos mundos valientes, su mayor debilidad personal aparece de repente como una fortaleza.