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  • Quería marcharse, quería tumbarse sola boca abajo en su cama y saborear el vil picante del momento, y retroceder por las líneas de consecuencias ramificadas hasta el punto anterior al comienzo de la destrucción. Necesitaba contemplar con los ojos cerrados toda la riqueza de lo que había perdido, de lo que había regalado, y anticiparse al nuevo régimen.

    Ian McEwan (2010). “Atonement”, p.14, Random House