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Los sueños eran lo peor. Claro que soñaba con comida y amor, pero eran más agradables que otra cosa. Pero luego soñaba cosas como degollar a un bebé, confundiéndolo con una cabrita. Tenía pesadillas con otras islas que se extendían lejos de la mía, infinitas islas, islas que engendraban islas, como huevos de rana que se convertían en polliwogs de islas, sabiendo que tenía que vivir en todas y cada una de ellas, con el tiempo, durante siglos, registrando su flora, su fauna, su geografía.