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Sin embargo, Byron nunca hizo té como tú, que llenas la tetera de tal manera que cuando pones la tapa el té se derrama. Hay un charco marrón sobre la mesa, que se escurre entre tus libros y papeles. Ahora lo limpias, torpemente, con tu pañuelo de bolsillo. Luego te vuelves a meter el pañuelo en el bolsillo: eso no es Byron; eso es tan esencialmente tú que si pienso en ti dentro de veinte años, cuando ambos seamos famosos, gotosos e intolerables, será por esa escena: y si estás muerto, lloraré.