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  • La mañana en que la última hija de Lisbon se suicidó -esta vez fue Mary, y con somníferos, como Therese-, los dos paramédicos llegaron a la casa sabiendo exactamente dónde estaba el cajón de los cuchillos, y el horno de gas, y la viga del sótano desde la que era posible atar una cuerda.

    Jeffrey Eugenides (1993). “The Virgin Suicides: A Novel”, p.1, Macmillan