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Nuestra estrategia debe consistir no sólo en enfrentarnos al imperio, sino en asediarlo. Privarlo de oxígeno. Avergonzarlo. Burlarnos de él. Con nuestro arte, nuestra música, nuestra literatura, nuestra obstinación, nuestra alegría, nuestra brillantez, nuestra implacabilidad y nuestra capacidad de contar nuestras propias historias. Historias diferentes de las que nos han lavado el cerebro para que creamos. La revolución corporativa se derrumbará si nos negamos a comprar lo que nos venden: sus ideas, su versión de la historia, sus guerras, sus armas, su noción de inevitabilidad.