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El dolor viene de algo más que de los hechos de las circunstancias, o de los actos de otros. Proviene de nuestro interior. De comprender lo que hemos perdido. Viene de saber lo tontos que éramos, niños vanidosos y arrogantes, cuando nos creíamos felices. Viene de saber lo frágiles y condenadas que eran las viejas costumbres, justo cuando las creíamos, y a nosotros mismos, ¡seguros! El dolor viene de saber que nunca hemos estado seguros y que, por tanto, nunca volveremos a estarlo. Viene de saber que nunca podremos volver a ser niños.