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Idiota. Sobre su cabeza se hallaba el único punto estable del cosmos, el único refugio contra la condenación del panta rei, y supuso que era asunto del Péndulo. Un momento después, la pareja se marchó: él, entrenado en algún libro de texto que había embotado su capacidad de asombro, ella, inerte e insensible a la emoción del infinito, ambos ajenos a lo asombroso de su encuentro -su primer y último encuentro- con el Uno, el Ein-Sof, el Inefable. ¿Cómo no arrodillarse ante este altar de certeza?