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Estás haciendo el trabajo de Dios. Lo estás haciendo maravillosamente bien. Él te está bendiciendo, y te bendecirá, incluso -no, -especialmente- cuando tus días y tus noches sean más difíciles. Como la mujer que, anónima y mansamente, tal vez incluso con vacilación y algo de vergüenza, se abrió paso entre la multitud para tocar el borde del manto del Maestro, así Cristo dirá a las mujeres que se preocupan y se preguntan y lloran por su responsabilidad como madres: "Hija, consuélate; tu fe te ha salvado". Y también sanará a sus hijos.