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Una persona madura es aquella que no piensa sólo en absolutos, que es capaz de ser objetiva incluso cuando está profundamente conmovida emocionalmente, que ha aprendido que hay tanto bien como mal en todas las personas y en todas las cosas, y que camina con humildad y trata con caridad las circunstancias de la vida, sabiendo que en este mundo nadie lo sabe todo y que, por tanto, todos necesitamos tanto amor como caridad.