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La sensación de infelicidad es mucho más fácil de transmitir que la de felicidad. En la miseria parecemos conscientes de nuestra propia existencia, aunque sea en forma de un egoísmo monstruoso: este dolor mío es individual, este nervio que se estremece me pertenece a mí y a nadie más. Pero la felicidad nos aniquila: perdemos nuestra identidad.