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  • Ya no deseaba estar muerto. Al mismo tiempo, no puede decirse que se alegrara de estar vivo. Pero al menos no le molestaba. Estaba vivo, y la tozudez de este hecho había empezado a fascinarle poco a poco, como si hubiera conseguido sobrevivir a sí mismo, como si de algún modo estuviera viviendo una vida póstuma.

    Paul Auster (2008). “The New York Trilogy”, p.5, Faber & Faber