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El día del entierro no hay perspectiva, pues el espacio mismo se aniquila. Tu amigo muerto sigue siendo un ser fragmentario. El día en que lo entierras es un día de quehaceres y multitudes, de manos falsas o verdaderas que estrechar, de las preocupaciones inmediatas del duelo. El amigo muerto no morirá realmente hasta mañana, cuando el silencio vuelva a rodearte. Entonces se mostrará completo, como era, para arrancarse, como era, del sustancial tú. Sólo entonces llorarás por el que se va y al que no puedes retener.