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El infierno de los vivos no es algo que será; si lo hay, es lo que ya está aquí, el infierno en el que vivimos cada día, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de escapar a sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y formar parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es arriesgada y exige vigilancia y aprensión constantes: buscar y aprender a reconocer quiénes y qué, en medio del infierno, no son el infierno, y luego hacerles perdurar, darles espacio.