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En ningún otro momento (que el otoño) la tierra se deja aspirar en un solo olor, el de la tierra madura; en un olor que no tiene nada que envidiar al olor del mar, amargo donde roza el sabor, y más dulce como la miel donde se siente al tocar los primeros sonidos. Contiene profundidad en sí mismo, oscuridad, casi algo de tumba.