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Aunque hacía un sol radiante, todos sintieron un frío repentino. Las únicas dos personas presentes que parecían estar a sus anchas eran Aslan y la propia Bruja. Era muy extraño ver esas dos caras, la dorada y la blanca, tan juntas. No es que la Bruja mirara a Aslan exactamente a los ojos; la señora Castor se fijó especialmente en esto.