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Escribir o incluso hablar inglés no es una ciencia, sino un arte. No hay palabras fiables. Quien escribe en inglés está inmerso en una lucha que no cesa ni siquiera durante una frase. Lucha contra la vaguedad, contra la oscuridad, contra la atracción del adjetivo decorativo, contra la invasión del latín y el griego y, sobre todo, contra las frases gastadas y las metáforas muertas que abarrotan el idioma.