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No me atrevía a leer los anuncios de empleo. La idea de sentarme frente a un hombre detrás de un escritorio y decirle que quería un trabajo, que estaba cualificado para un trabajo, era demasiado para mí. Francamente, me horrorizaba la vida, lo que un hombre tenía que hacer simplemente para comer, dormir y mantenerse vestido. Así que me quedé en la cama y bebí. Cuando bebías, el mundo seguía ahí fuera, pero de momento no te tenía cogido por el cuello.