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Las musas son volubles, y muchos escritores, escudriñando la voz, han escapado a la parálisis atribuyendo la responsabilidad creativa a un talismán: un amuleto de la suerte, una marca de papel, pero más a menudo un instrumento de escritura. ¿Escribo bien? Gracias a mi pluma. ¿Escribo mal? No me culpes a mí, culpa a mi pluma. Con tales desplazamientos se defiende la temerosa imaginación.