No soy de color trágico. No hay una gran pena embalsamada en mi alma, ni acechando detrás de mis ojos. No me importa en absoluto. No pertenezco a la escuela sollozante de la negritud que sostiene que la naturaleza de alguna manera les ha dado un trato bajo y sucio y cuyos sentimientos están heridos por ello. Incluso en la escaramuza que es mi vida, he visto que el mundo es para los fuertes, independientemente de que tengan más o menos pigmentación. No, no lloro al mundo; estoy demasiado ocupado afilando mi cuchillo para ostras.